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Wimpi: una bio y un relato

  • Foto del escritor: Radio La Turba
    Radio La Turba
  • 18 sept 2021
  • 4 Min. de lectura

El tipo se llama Arthur García Núñez. Creador del humor gráfico uruguayo. Es autor también de notables relatos, para la diversión y la revelación del lector, con las herramientas del humor, el ingenio y cierto surrealismo muy típicamente oriental, expresado por ejemplo en los Cuentos del Viejo Varela, precursor de Don Verídico, del Juceca Castro.

El tipo nace en Salto, en agosto del 906… pero siendo “botija” llega con su madre a Buenos Aires. Estudia en el Nacional Mariano Moreno, luego entra en la Facultad de Medicina. Pero sus talentos poca relación tienen con un futuro de recetarios y pócimas.

Periodismo, humorismo y narración -queda entendido- son las líneas directrices de su arte. Que a mediados de los 30 empieza a medir sus cualidades en la radiofonía. Sus comentarios -incisivos, audaces- resuenan por Radio Carve, de Montevideo, y no pasan inadvertidos a correveidiles, porteros, secretarias y ordenanzas, siempre pletóricos de información, y de confidentes dispuestos.

Si ya sabe que la fama es puro cuento (otro oriental, Humberto Correa, lo confirma por esos mismos días con su maravilloso tango Mi Vieja Viola), lo que no es cuento para el tipo es que hay que parar la olla. Y con su pelo engominado y sus anteojos de negro marco, grandote, con sus alas ya crecidas, vuela hasta los muy terrenales periódicos El Plata y El Imparcial. Y hace la del periodista.

El impacto popular causado por su trabajo en la magnífica revista humorística Peloduro, para la que crea tres personajes entrañables: Porota, el Pulga y el mismo Peloduro, le da el espaldarazo final. Su talento comienza a sentir que Montevideo ya le tira se sisa.

Salta la charca en 1946, pues sabe que Buenos Aires es la París del Sur, que Corrientes nunca apolilla y que hay laburo. Así entra en la prensa porteña con el apodo Wimpi, asumido diez años antes.

Los medios de la época afirman que su humor causa conmoción en los lectores porteños. Caen rendidos ante su gracia singular, inteligente, cachadora, irreverente, pero muy estimulante para agilizar las neuronas.

La leyenda, siempre más sabrosa y acaso verdadera que la realidad, sostiene que quema muchos de sus manuscritos y sólo se atreve a publicar en vida dos de ellos: El gusano loco y Los Cuentos del Viejo Varela.

Finalmente, al tipo se le da por tomarse el buque de un día para el otro, en medio de la farra, y embarca hacia la sombra un 9 de setiembre de 1956. Medio país, pasmado, sin saber ya que le provocará una sonrisa

Sin embargo, charlas radiales y textos inéditos, fueron compilados bajo diferentes títulos, La taza de tilo, Ventana a la calle, Cartas de animales, Viaje alrededor de un sofá, Vea amigo, La risa, Los cuentos de Don Claudio Machín, El fogón del viejo Varela y La calle del gato que pesca… Eso gracias a Caracol, sobrenombre con que llamaba a su esposa Raquel. Arthur siempre decía: “si no fue­ra por Ca­ra­col, yo an­da­ría por la ca­lle con un ta­chi­to, pi­dien­do co­mi­da”.

Arthur García Núñez, Wimpi -sociólogo, sicoanalista, adivino- centró su mirada en el tipo. El tipo común, medio pelo, intrascendente, ignorado, y hace de la lectura de esa vida ganada muchas veces ganada por la inopia una filosofía profunda, que desenreda con original humor, nace de lo cotidiano, del corazón de lxs comunes, de su rastro criollo. No es casual que escribiese los libretos para las actuaciones de Pe­pe Igle­sias, “El Zo­rro” y de Juan Carlos Ma­re­co, “Pinocho”, dos artistas que desde las tablas o el celuloide, regocijaban sin grupo a la popu.

Osvaldo Tangir

He aquí una pincelada pequeña de su talento…


Los fríos del Dositeo

FAMOSO AQUEL FRÍO en Lomas Coloradas. Fue cuando se heló el viejo Dositeo Pedralvez -que le llamaban "El Cañito", porque para él la caña era una madre. La pura verdad.

Muy mamado el viejo, siempre. Una vez había montado el caballo al revés, mirándolo para la cola, y cuando llegó a las casas y desmontó, empezó a caminar para el lado de atrás, creyendo que caminaba para adelante, y en vez de llegar a las casas llegó a una zanja. Y quedó dormido con la trompa al aire nomás.

-Justo fue eso cuando el frío famoso de Lomas Coloradas.

Un frío que la hija de Dositeo, para ordeñar a la vaca le había tenido que hacer una fogata abajo, para "redetirle" la leche, porque la leche, con el frío, se le había empedernido.

Y cuando pasaba la hija de Dositeo con el balde de leche, ya hervida -porque con la cuestión de la fogata salió hervida de la vaca- cuando pasaba por la zanja en la que Dositeo había caído la noche anterior, miró y... encomenzó a los gritos:

¡Mama... venga a ver qué bruto pedazo e vidrio, mama! ¡Mire qué lindo pa una claraboya! ¡Venga, mama, venga!

Cuando llegó la madre al costado de la zanja y se pusieron a mirar de firme, se dieron cuenta de que no era vidrio: era Dositeo que estaba helado. Lo tuvieron que alzar entre las dos y meterlo en el horno para que se le derritiera la costra.

Salió de arrugado del horno el pobre viejo que parecía hecho en gajos. Una buena mandarina, parecía el pobre.

 
 
 

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