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La Turba en Revista🎙️

Edición N° 53 sábado 18 de diciembre de 2021


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Leo y escribo

Por Olga Bensso


En un olvidado lugar de Mesopotamia, hace muchos, muchos años, unos hombres que la historia conocería más tarde como escribas tallaron unas marcas en unos modestos bloques de arcilla: “Aquí había 10 cabras”, se pudo descifrarse siglos después. De esta manera tan prosaica empezó hace 6.000 años la historia de la escritura, de la mano de un remoto pastor que anotó la compra y venta de su rebaño. Desde entonces, nuestra comprensión del universo consiste en poder leer letras y cifras y en entenderlas y difundirlas; “el poder de leer”, es un don que nos permite conocer ciudades que existieron hace milenios, y mundos que aún no han sido.



LA CASA DE LA PALMERA

Por Emanuel Corrado

Riobamba 144, barrio de Balvanera. Catalina Espinosa compra la casona luego de la muerte del Dr. Galcerán, su esposo, en 1871 a manos de la fiebre amarilla. Catalina decide mudarse con sus cinco hijos varones y su hija menor llamada Elisa. Ella era una joven extremadamente creyente y devota que lidiaba con sus hermanos un tanto desprolijos y excedidos, cosa que fue aumentando tras la muerte de su madre Catalina.

La vasta herencia de los Galcerán le correspondía solo a los hermanos varones, ya que para las leyes de ese momento una mujer no podía heredar, es por eso que toda la fortuna familiar quedó en manos de los cinco varones. Elisa cerró el cuarto de su difunta madre conservando todo intacto en honor a su memoria, se hizo cargo de la casa y de todos sus gastos… aunque sus hermanos decidieron quedarse, ninguno aportaba a la economía familiar.

La tragedia sacudiría a los hermanos poco tiempo después de la partida de Catalina, uno de los Galcerán sufrió un infarto que le costó la vida, mientras jugaba un partido de tenis. La desolación y la angustia invadieron a la familia, pero la frialdad de Elisa sorprendió al resto. Nuevamente la decisión fue cerrar el cuarto del joven para preservar su memoria.

Unos meses después otra mala noticia llegaba para la familia, el segundo hermano había caído de una embarcación mientras navegaban por el río, aparentemente salió a pasear junto con unos amigos y algunas muchachas en una fiesta, en un supuesto estado de ebriedad caería y moriría ahogado. Al año siguiente un accidente automovilístico se llevaría al tercero de los hermanos que manejaba borracho y se estrelló contra un árbol; en una pelea callejera otro más de los hermanos perdería la vida a manos de un puñal.

En la Casona de Balvanera solo quedarían Elisa y su hermano mayor, si bien él era un profesional de la medicina, su vida no era diferente a la del resto de sus hermanos. Las fiestas y el alcohol seguían presentes y un fuerte resentimiento entre ambos. Una fuerte discusión sobrepasó los muros de la casona, el detonante fue el inmoral amorío entre el hermano mayor y la mucama, los ruidos acompañados de manoseos en los pasillos de la casa habían sobrepasado todo límite. Elisa estalló en una catarsis de reproches por tener que haber trabajado en el congreso para mantenerse porque no había heredado nada, mientras que ellos vivían de la fortuna familiar. Pero el varón tenía también mucho que decir, sus reproches refirieron a la frialdad que ella siempre mostró ante las tragedias familiares, y esa desaprobación frente al estilo de vida de todos sus hermanos… incluso le dio a entender que sospechaba que ella tenía algo que ver con las muertes.

Al día siguiente Elisa se presentó en la comisaría del barrio de Balvanera para denunciar que había encontrado sin vida a su único hermano junto con su amante. Los oficiales llegaron al lugar en donde efectivamente yacían sin vida en la habitación de la mucama. Según los peritos, habían muerto intoxicados por monóxido de carbono producto de un brasero utilizado para calentar el lugar.

Durante los siguientes 40 años Elisa pasaría sus días entre su trabajo de taquígrafa del Congreso y la parroquia de Nuestra Señora de Balvanera, siempre fue impensado para ella faltar a misa por eso fue de sospechar que aquel día de 1991 no se hiciera presente. Preocupados, sus conocidos fueron a la casa de Riobamba 144 entrando a la fuerza porque nadie respondía.

La casa estaba detenida en el tiempo, parecía no haber sido habitada por décadas, daba la sensación de que eran los primeros en mucho tiempo en pisar el polvo de los pisos. Decidieron subir las escaleras hacia las habitaciones, pero se encontraron con las puertas cerradas, las que lograron abrirse daban una imagen de una época pasada, algo que alguien había querido proteger del paso del tiempo. La habitación de su madre, la de sus cinco hermanos hasta incluso la de ella. Elisa no estaba, ni sus cosas, ni su ropa, tampoco su cama.

Fueron al único lugar posible, el sótano, donde la encontraron sin vida. Había mudado su pequeño mundo al rincón más oscuro de la casa. Después de ese día supieron que Elisa, se había dado por muerta mucho tiempo antes.




FACUNDO

Por Osvaldo Tangir


Un día de julio, de un julio helado perdido ya de todas las memorias, se fue de su casa, que no era suya, sin decirle nada a su madre, a cargo de él y sus siete hermanos. Pobre de toda pobreza, el padre lo abandonó el mismo día que nació. Casi mudo, tal vez por las atrocidades que había visto y vivido, el pibe, de 9 años, criado entre el reformatorio y las carencias, viajó como pudo desde aquella tierra paradójicamente llamada del Fuego para llegar a la capital del país.

Fueron cuatro larguísimos meses los que tardó en llegar a la gran ciudad. Tenía una sola idea entre sus ojos grandes, cargados de imágenes, asombro y necesidades: ver al Presidente del país y a su esposa. Alguien había dicho a su vieja, que la pareja era generosa con los pobres y podía cumplirle su anhelo: conseguir trabajo.

Idea loca, peregrina, desesperada, justa, claro, seguida contra viento y marea por el pibe, como quien persigue una fe. Al fin de las peripecias pasadas durante el largo trayecto, ya en la ciudad, un vendedor ambulante que escuchó la historia, entre compadecido y risueño, le dijo dónde podía encontrarlos: un lugar llamado La Plata, a unos 50 kilómetros de esa allí. Había dormido a la intemperie, tapado con arpilleras, se había alimentado de las sobras de los restaurantes, y de lo que le daban los obreros al borde de los caminos: ¿qué era recorrer cincuenta kilómetros más?

La Plata, allí había nacido, aunque no tuviera ni un recuerdo ni una seña de aquel suceso. La Plata. Sólo vale si viene del laburo. Laburo, lo indispensable para sacar a su familia de aquel pozo helado y sin futuro a la vista.

En esa ciudad extraña, oblicua, armada como una telaraña, se celebraría un Tedéum conmemorando su fundación. Con las monedas ganadas en el mangazo, el pibe viajó. Llegó a la terminal poco antes del mediodía y esperanzado de la misma desesperación, caminó por las diagonales bañadas de sol y llenas de gente hasta la plaza Moreno, donde, le habían dicho, encontraría a ese hombre y esa mujer señalados.

De pronto, en medio de vivas, pañuelos al viento, sombreros arrojados al aire, palomas asustadas, los vio.

Iban en el asiento trasero de un descapotado, negro, rodeados de policías. El auto marchaba despacito: los vio cuchichear entre ellos algo que él ni nadie podía escuchar. Sonrieron, sonreían a la gente, y la gente les devolvía la sonrisa: él levantaba los brazos, ella saludaba... parecía una niña subida a un carrousel.

Todo sucedió en un instante; rápido como una perdiz, empujado por el hambre y el abandono, que no tenían días ni meses sino siglos acumulados en su cuerpecito esmirriado. Se coló entre la custodia, trepó al estribo del auto. Quisieron bajarlo de un empujón, pero el hombre sonriente, vestido de militar, lo impidió.

El hombre que había ido a buscar desde tan lejos, acaso desde el fondo de la misma historia, le preguntó: “¿qué precisás, m’hijito, en qué te puedo ayudar?”, y el pibe, con sus pilchas sucias, las uñas negras, los ojos hundidos de cansancio; el pibe emocionado, con el hambre atrasado, con sus nueve años parecidos a tres vidas, hizo la pregunta de las preguntas, la que solo admite una respuesta: “¿Hay trabajo?”.

El hombre sin dejar de sonreír la miró a ella, y ella miró al pibe. “Por fin alguien que pide trabajo y no limosna. Por supuesto, mi amor, hay trabajo”, le dijo la mujer, de voz algo cascada pero bella, hada buena, pero real, tanto como ese día soleado, esa multitud alegre y vociferante, tantos años de privaciones, esa catedral gótica y fría como tantas otras catedrales góticas y frías donde los hombres durante siglos quisieron encerrar a Dios.

Aquel hecho ocurrió el 19 de noviembre de 1946. El presidente era Juan Perón, su mujer Evita Duarte de Perón, y el niño, Facundo Cabral…


De inmediato, la Señora ordenó a una enfermera: “ocúpese del niño”. Y después de tantos meses, de recorrer medio país para cumplir un imposible, pues el Destino le inventó ese día.

El pibe tuvo una comida caliente, después de semanas; tras el baño, se vistió, con la ropa limpia que le dieron las asistentes. Y se sentó a esperar como entre sueños, alucinado, feliz.

Esperó, ahora sin desesperar, las cuatro horas del Tedéum. Y ella, como una vieja amiga cumplió su palabra, fue a verlo a esa casa de la calle 1 donde lo habían llevado de la mano. “Tuvimos suerte -le dijo Evita, con una sonrisa que jamás olvidó- conseguí una escuela en Tandil, van a trabajar ahí, con un sueldo de 160 pesos”.

Y lo mandó de vuelta en avión a buscar a su familia a Tierra del Fuego con dos pilotos, un médico y una carta en el bolsillo: “Sería de mi agrado que la señora de Cabral y sus hijos no tuvieran ningún problema” con la firma: Eva Perón.

Para Facundo, su madre y sus siete hermanos, aquel 19 de noviembre de 1946 empezó otra vida. Nunca lo hubiesen imaginado, pero lo merecían, tan solo por haber nacido en esta tierra libre, soberana y por sobre todo justa.

Ya no iban a estar sin pan y sin trabajo en el lejano y helado sur, sino en Tandil, en la templada llanura, entre sierras, donde el sol podía aliviar a todos de tanto desamparo y tanta, tanta intemperie. Era la primera vez que estaba dentro de la cancha, pertenecía a una sociedad, no era un excluido.

Muchos años después ese pibe, Rodolfo Enrique Facundo Cabral, nacido en La Plata el 22 de mayo de 1937, se convirtió en poeta, musicante, trovador, vagamundo, sabio, narrador de aventuras, revelaciones, sueños, pesadillas. También en predicador de una fe, una de cuyas verdades se le reveló tras aquel encuentro con el Hombre del Destino, con la Abanderada de los Humildes. Verdad sencilla y grandiosa como una catedral: “Yo debo ofrecer antes que pedir”.

Fue elección de vida de este argentino de todos lados, militante de la paz y la fraternidad, cuyo fin en nada condijo con su vida. La sinrazón carece de explicación. Pero el cantor siempre paga su atrevimiento.

“Que sea lo que Dios quiera, porque Él sabe lo que hace”, fue su despedida del público, quien pintó su aldea íntima, como Tolstoi, y la hizo universal; el que conoció el infierno y la iluminación, como el Buda. Le encantaba tomar café en La Biela, como a cualquier porteño; mientras aprendía a enseñar el amor, como Cristo; cuando abrazó a la Madre Teresa en los moritorios de Dehli; y habló a sus hermanos con la verdad de Alah, como Muhammad; y bailó como un derviche por las calles de Sanná, y volvió a beber su vino a Tandil tantas veces; con su mirada ya aneblada por la ceguera, como un vidente profeta. Como en tantos escenarios, el 8 de julio de 2011 en el de Quetzaltenango se despidió con su himno “No soy de aquí ni soy de allá”. Un día después caía acribillado. Sicarios, dijeron. Como si eso respondiera algo...

El camino de la verdad y la paz fue otra vez manchado de sangre, sangre criolla, sangre universal, de quien como muy pocos iluminados, llevó alrededor del mundo un mensaje de misericordia, de agradecimiento, de amor y justicia.-

“Hay una mitad del mundo con una flor en la mano, y la otra mitad del mundo por esa flor esperando”, cantaba a fines de los 60, cuando aun se hacía llamar El Indio Gasparino. Dar y esperar, según predicaba Sidartha. Esas virtudes que Facundo aprendió aquel día de 1946, cuando frente a la catedral de La Plata, el buen Dios le regaló las sonrisas de aquel hombre y aquella mujer predestinados.




ASTROLOGÍA

Por Zoe Ortega

Luna llena en Géminis

Ciclo cumplido de investigaciones, de charlas compartidas, de búsqueda constante de ese conocimiento de “Verdad”, lo que pienso, lo que leí, lo que es tangible, lo que me dijo X, Y y Z. Te pueden caer más Verdades, te pueden caber tus formas, tus dogmas y las ideas que te dejan “tranquilx” de noche. La última luna llena del año se da en los signos que fueron partícipes de los eclipses, y Justo antes de la entrada de Jupiter en Piscis este 20/12. Esperen tantas Verdades como humanes en esta tierra. Como seres vivos en este planeta. No descartes ninguna alternativa ni chance, porque todo lo que traiga el 2022 puede que supere nuestras lógicas. Abrimos el juego en vez de aferrarnos a los engaños de nuestros prejuicios?



📣 LO QUE PASÓ EN RADIO LA TURBA 🗞️


En _Por si acaso de acaba el mundo_ estuvimos en comunicación con Belén Ameijenda, ella es psicóloga, periodista, y además la primera piloto mujer con discapacidad en competir en el automovilismo deportivo. De chica le diagnosticaron espina bífida, por lo cual su pronóstico era que jamás podría caminar. Sin embargo Belén se esforzó por mantener su actividad física y hasta el día de hoy jamás precisó de una silla de ruedas. En este momento se encuentra en búsqueda del apoyo necesario para conseguir una butaca adaptada para poder competir.

Escuchá la nota completa acá:


También hablamos con Soy Mora, dibujante y militante feminista que ya hace un tiempo tiene a cargo la viñetas de la contratapa del diario Tiempo Argentino. Hablamos sobre su manera de construir historias y cómo fue trabajar durante la pandemia.

Escuchá la nota completa acá:




👉🏼 Ultimo programa del 2021 de Por si acaso se acaba el mundo con Jimena Mokesch y la producción de Noe Muñoz


👉🏼 Episodio número 18 de Cantoras.ar en la voz de Alejandra Lazcoz y las cantoras de nuestra tierra.

Cantoras.ar Radio, todos los jueves a las 9 am



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Hablando mal y pronto con Osvaldo Tangir y Emanuel Corrado - de lunes a viernes de 11 a 13 hs.

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La turba iracunda con Natalia Vispo y Emanuel Corrado - sábados de 10 a 13hs


QUIENES SOMOS


Dirección: Natalia Vispo y Emanuel Corrado.

Escriben: Olga Benso, Turco Tangir, Emanuel Corrado, Zoe Ortega.


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