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  • Foto del escritorOsvaldo "Turco" Tangir

Scalabrini esquina Macedonio. Tango y metafísica

Por Osvaldo Tangir



Uno de los aspectos trascendentes en la vida de Raúl Scalabrini Ortiz es su relación con el universo tanguero. Diríamos, el que le borra definitivamente los últimos restos de europeísmo -un clásico de la intelectualidad porteñas- que le quedan tras su viaje a París, obligatorio para todo aspirante a escribir en las páginas de La Nación, pero a la que Raúl percibió como una falsificación de su propia fama. Hecho, paradójicamente, que le permitirá valorar más aún la originalidad nacional y americana.


Luego pergeñará bajo la influencia de la lectura del gran mexicano Vasconcellos y su idea de raza cósmica, la teoría de lo monógeno (el promedio del europeo, habitante de una continente anquilosado y viejo, racista, engreído y seguro de su superioridad) y lo multígeno (el grupo humano desprejuiciado, nuevo, sin temor ni rémoras a cruzar sangres, lenguas, culturas: hijo de mestizajes, razón de vitalidad y con todo por hacer).


Su rechazo a las ideas foráneas, predominantes en diarios y revistas, y la búsqueda de algo propio, sin mixtificaciones, lejos del criterio de autoridades impuesto por la inteligencia local, liberal y tilinga. Algo que en parte le revelará el tango.

Se sabe: Mi noche triste marca un momento crucial en la forja social argentina. Abre un momento nuevo en la cultura popular al crear un fenómeno propiamente urbano, cuya influencia se expande a todo el país y aun fuera de él, hasta ser celebrado en algunas capitales de Occidente por su danza transgresora y su ritmo a veces fiestero, otras melancólico.


Mientras, en la Argentina, el tango romanza, es decir argumentado, que encierra una historia, es como la instrucción primaria gratuita y obligatoria y el propio peso demográfico: liman las asperezas entre locales y recién venidos y son herramientas indispensables para el equilibrio social. El país busca ingresar en la modernidad. En torno de esas letras, en el abrazo de la danza -trazos de la vida de los nadie y los cualquiera- se da el proceso de nacionalización cultural a partir del primer centenario, cuando esa masa de gringos llegada al país desde mediados del siglo anterior y mucho más aun sus hijos, empiezan a integrarse y a echar raíces en Buenos Aires y en el resto del país.


A esos gringos les empiezan a crecer los hijos, y éstos ya son argentinos, hablantes de un idioma divulgado en escuelas, teatros, diarios. El de la calle, el patio del convoy, la jerga del canilla y el carrero, del chorro y de la piba que toca en el piano mazurcas de Chopin, pero susurra las letras de El alma que canta -una revista con las canciones de moda-. Otro empujón hacia lo nacional se da a partir de 1917, con las grabaciones de tangos bailables y cantados en lugares públicos, la impresión de partituras y otros medios de divulgación (existe un verdadero mercado negro alimentado por las copias sin derecho), sin olvidar la aparición de gramófonos y fonógrafos y, claro, las grabaciones que los alimentan.


Scalabrini, quien ya ha elegido cuál es su lugar en el mundo, escribe: “El pueblo es voluntarioso. Se le ocurrió bailar el tango y cantarlo e hizo de él una música internacional, a pesar de la oposición de los diarios que hablaron de música canalla”.


En sus letras y su música originales, va descubriendo la dimensión de la ciudad y el perfil de quien será el Hombre de Corrientes y Esmeralda. Su compromiso es en cuerpo -es buen bailarín y habitué de milongas- y alma. Por eso el tango es también la gran decisión cultural de Scalabrini. Y lo convierte en texto. Porque El hombre que está solo y espera, aparecido a fines de 1931, es un libro de ambiente y tono tangueros.

Corrientes y Esmeralda

Gracias a esa música y la poesía que además de Contursi le suman José González Castillo, Samuel Linning, Francisco García Jiménez, Celedonio Flores, Homero Manzi y otros, se delinean los trazos de una identidad.

“Yo he comprobado que los mejores admiradores de los poetas nuevos son empleados anónimos, estudiantes, no otros intelectuales. Pero en general, el intelectual no escolta el espíritu de su tierra, no lo ayuda a fijar su propia visión del mundo, a pesquisar los términos en que podría traducirse, no lo sostiene en la retasa de valores que ha emprendido. Por eso el Hombre de Corrientes y Esmeralda se reconoce más en las letras de tango, en sus jirones de pensamiento, en su hurañía, en la poquedad de su empirismo, que en los fatuos ensayos o novelas o poemas que interfolian la antepenúltima novedad francesa, inglesa o rusa. Si el intelectual no es escritor, su infidelidad no es de menor calibre…”. La definición tajante es fragmento de El hombre que está solo y espera.

Y si en su búsqueda se convierte en una decisión cultural es porque mucho pesa la influencia de Macedonio Fernández, quien en Los papeles de Recienvenido, libro dedicado a su amigo y discípulo Scalabrini, explica: “En música tenemos la floración continua de nuestros tangos, que a veces contiene más música esencial que muchas atléticas óperas, ‘suites’, ‘conciertos’ que ostentando desdén por lo popular no tiene más valor que el prestado por algunas de esas magníficas ‘tonadas’ del pueblo español y el italiano meridional”.

Finalmente, el tango abandona los suburbios, se apersona y hace pata ancha en el vértice mágico de Corrientes y Esmeralda. El escritor es uno de los inventores y sostenes de esa encrucijada mítica donde encarna el arquetipo porteño, un estadio posible de un posible “ser nacional”, según su intuición.

“Polo magnético de la sexualidad porteña”, al decir de Scalabrini, es descripto minuciosamente en el tango Corrientes y Esmeralda, de Celedonio Flores con música de Francisco Nicolás Pracánico. Es difundido a partir de 1933 cuando comienza el proceso de ensanche de la calle Corrientes, transformación notable de la fisonomía del lugar que a la vez despierta la nostalgia de sus antiguos habitués. La letra original de Celedonio ayuda a palpar el ambiente de la época en que el escritor la hace epicentro de sus reflexiones:

“Amainaron guapos junto a tus ochavas/cuando un cajetilla los calzó de cross /y te dieron lustre las patotas bravas/allá por el año… novecientos dos…/Esquina porteña, tu rante canguela /se hace una melange de caña, gin fitz,/pase inglés y monte, bacará y quiniela,/curdelas de grappa y locas de pris (…)/En tu esquina un día, Milonguita, aquella/papirusa criolla que Linnig mentó,/llevando un atado de ropa plebeya/al hombre tragedia tal vez encontró (…)”.

El “hombre tragedia” al que alude, a confesión del letrista, no es otro que el porteño, solitario y taciturno personaje inventado por Scalabrini: El hombre que está solo y espera…

Y es nuevamente el maestro Macedonio quien desde aquellos Papeles de Recienvenido ubica a Scalabrini y nos ubica: "El tango es nuestra única fidedignidad. Lo único seguro, por ser la sola cosa que no consultamos a Europa. Pues hemos tenido un presidente en consulta con Londres y París”.

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