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  • Foto del escritorOsvaldo "Turco" Tangir

NUESTRO HOMERO


Tres pinceladas apenas, elegidas al azar de una vida rica como pocas, y también breve, como para trazar un esbozo de ese Homero Manzi, presente entre nosotros apenas 44 años, pero de un legado inmenso. Estas situaciones vividas en diferentes momentos históricos, acaso ayuden a imaginar un perfil posible, a percibir la substancia, el temple, la personalidad de este patriota de pensamiento y acción, que con su sensibilidad dio trascendencia mundial al cine, al tango… y. cómo no, al barrio Boedo.

Primera historia: ocurre en el año 1918, apogeo de la primera guerra mundial. Este Homero nuestro tiene 10 años, pero ya escribe las letras para la murga de la cuadra en la que vive, allí por Garay al 3200, bautizada “Los presidiarios”. Su inspiración le dicta las cuartetas cantadas por los murgueros, de clara inclinación argentinista: “Con el cuento de la guerra/se nos llevan todo el grano/, y nosotros, los criollos,/con la paja se contentamo”. Ya asoma el poeta comprometido con la realidad y con una postura crítica, que cuenta con sencillez y claridad.

Segunda historia: Poco antes de la inauguración oficial de la televisión en la Argentina, ocurrida el 17 de octubre de 1951, se hizo una transmisión desde Plaza de Mayo. Ahí estaba el presidente Perón en el balcón, dialogando con el pueblo. Nuestro Homero tuvo el privilegio de ser uno de los primeros televidentes gracias al ministro de Salud Pública Ramón Carrillo, que la había acercado un aparato hasta el Instituto Costa Buero donde estaba internado. Al finalizar la transmisión quedó mirando al vacío y luego de un rato con lucidez y espanto masculló para sí mismo… “¡Qué peligro!”.

Tercera historia: Los hermanos Pasarelli eran parte del séquito de protección que acompañaba a Homero cuando realizaba sus incursiones políticas; eran del barrio, los Pasarelli, pero la familia había llegado del sur de Italia. Un buen día, Domingo, conocido también como el Negro, se rejuntó con una mulata, y al tiempo, un día de carnaval, les nació una niña, María. Los amigos festejaron a lo grande y en la barriada no se hablaba de otra cosa que de la negrita María. No se había acallado aún la algarabía por la buena nueva, cuando un cachetazo del destino vino a ponerle rotundo final. María murió. Su vida brevísima, como la del carnaval, se hizo llanto en el arrabal porteño. A Homero, el dolor de los amigos le inspiró una de sus más celebradas creaciones: Negra María. “Te lloraremos Negra María, Negra María, cerraste los ojos en Carnaval”… la recordarán los memoriosos. El triste destino de María, como otras historias nacidas de su pluma, es registro sensible del sentimiento popular encarnado en el creador.

En ese vértice donde vida y arte se tocan y confunden, está la voz de Homero, santiagueño de Añatuya, de nacimiento; porteño, noctámbulo, jugador por decisión: inevitablemente argentino, con las palabras justas para testimoniar esa reunión. Palabras luminosas para dar existencia al amor, la nostalgia, la evocación, el dolor; palabras hechas verso que fueron aliento, consuelo, caricia y hasta daga cuando fue necesario.

Al decir de su hijo Acho, “escribió sobre lo que pasaba alrededor para que ese alrededor lo sobreviviera”. Ese hombre que se impuso “la tarea de amar lo que nace del pueblo, todo lo que llega al pueblo, todo lo que escucha el pueblo”.

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