top of page
  • Foto del escritorLeonardo Davico

LIGUSTRO.

Actualizado: 31 dic 2020


Dibujo: Leonardo Davico

Creo que está en una calle llamada Suipacha, no sé a qué altura; era tarde y estaba oscuro. De día voy a pasar otra vez para verlo mejor. Un eucalipto de los que ya quedan pocos en Ezeiza, con presencia de árbol de cuento, y esa infaltable apertura justo en el nacimiento de sus raíces que parece una puerta hacia otro mundo. Podría asomarse por ahí un duende, tranquilamente, o cualquiera de las otras criaturas mitológicas que todos conocemos. Quizás alguna desconocida también... ¿quién te dice? Yo me paralizo siempre por dos o tres segundos a la espera de éso, no sé por qué. Será que no maduro jamás.

Pasaba de noche con un amigo y le dije que me esperara un rato. Entonces contemplé esa inmensa mole de madera como si se tratara de un monumento anterior a la civilización, rojo por dentro y gris por fuera, y noté que de uno de los huecos en su cuerpo brotaba un ligustro también enorme, a medio metro de altura o más. Me dejó maravillado.

Patán me dijo que él conocía esa costumbre del ligustro de crecer dentro de otros árboles. Y sí; yo me cansé de verlos usar como maceta el tronco de antiguos paraísos agonizantes.

Siguiendo camino le conté del ligustro que conocí durante mi infancia, aquel que custodiaba uno de los muchos baldíos que hoy en día ya no existen en el borde del A.T.E, barrio agonizante si los hay.

Todos los días jugábamos sobre esa planta, y ella parecía disfrutarlo también. Llegamos a sospecharle una carga de sentimientos superior a la de ciertos empleados municipales, por dar un ejemplo, de modo que nunca osamos ponerle un clavo encima ni atarle una soga, por temor de lastimarlo o incomodarlo, y por una cuestión de respeto.

Todos los días nos esperaba a la vuelta del maldito colegio, firme en su esquina verde, protegido por una muralla de ladrillos de canto de diez metros por veinticinco; éramos un grupo de amigos y hermanos, y todos niños, reunidos con él, al amparo de su sombra infinita, perenne y fresca. Allí sentados contábamos historias de terror, o chistes verdes del infame Jaimito, dependiendo del ánimo general de la barra.

Él estuvo siempre ahí desde que teníamos recuerdos, es decir de antes que naciéramos, seguro. Era parte del paisaje, pero además pasó a ser protagonista de aventuras y anécdotas, y durante las vacaciones de verano le hacíamos compañía desde la mitad de la mañana hasta que el sol se tornaba amarillo y el cielo viraba al rojo en el borde del planeta. Cada uno de nosotros tenía su lugar en una rama del ligustro, a manera de habitación, con asiento y perchero para colgar la campera. Cada uno de esos espacios tenía una forma particular, había una mano humana, o la pata de un ave, o una suerte de escalera torcida en espiral. Congregados todos en esas alturas nos pasábamos horas charlando y riendo fuerte de un montón de ocurrencias, delirios y barbaridades. A menudo yo iba solo, a recostarme en mi espacio en forma de mano y me dedicaba a contemplar las ramas más altas del follaje, todas esas hojas verdes oscuras apretujadas y esos racimos de pequeños frutos morados que constantemente caían de a uno al suelo.

Pensamos que estaría ahí por siempre. Por los siglos de los siglos. Y yo solía preguntarme cómo carajos iba a arreglármelas en mi vida adulta para escabullirme hasta ahí y trepar sin que nadie me viera y me creyera un tarado, al regreso de un empleo de adulto, o de una facultad, o cualquiera de esas mentiras y porquerías. No quería saber nada con crecer por eso, por no abandonar a mi amigo. Me quemaba por dentro el sentimiento egoísta de no querer cederle el lugar a futuros niños que llegaran a jugar en nuestro lugar, con nuestro ligustro.

Hasta que, una mañana, un vecino tan amargo como masticar una aspirina le cortó todas las ramas, vaya a saber por qué... probablemente harto de escuchar malas palabras todas las siestas.

Era sábado. Yo tenía doce años y una dificultad horrenda para madurar al ritmo de los otros niños de mi edad, que ya la iban de hombrecitos todos, y aquello fue como una cachetada fuerte, no sé, como de Tayson muy, muy enojado, mal.Me dolió y me dejó atónito. Alguien dijo alguna vez, a modo de broma, y en referencia a mi persona, que actúo como un niño de doce años... No pudo dar más en el blanco, porque creo que una parte de mi alma se quedó trabada en ese día, a esa edad. No pienso quitarla de allí. Me rehuso terminantemente. Yo trepé a todos los árboles que treparon mis hijos, y me quedé un rato más después de que ellos bajaron.

No lo olvidaré jamás. Ese tallo solitario en medio del pasto era como un tótem de dos metros de altura o más, pero nada más, ya no era una casa, ni un club, ni nada. Y cuando nos acercamos a él mi hermano y yo, moqueando los dos, vi que del lado por donde subíamos la corteza estaba pulida merced al paso de todos los niños que habían escalado ese ser viviente ya que había sido montaña en sus mentes, y por eso la superficie brillaba. Y era un camino también, amorosamente marcado por una constancia. Nuestro camino hacia una especie de cielo. Tal vez.

Patán me contó que en su casa vivía un sauce llorón que era refugio también, como todo buen amigo. Ahí jugaba él cuando niño. Dijo que lo cortó su papá por alguna razón que sólo ciertos adultos comprenden. Andá a saber qué les pasa por la mente. Me alejo con disimulo de esas personas yo. No vaya a ser que resulte contagioso. Pensé en ese instante que si hubiese sido mi viejo quien cortara mi árbol aquella mañana lejana, jamás hubiese vuelto a confiar en él, pero no se lo dije a Patán, porque no conozco a sus padres.

Antes de llegar a la esquina en donde cada uno luego siguió por su lado, arribamos también a la conclusión de que ciertos árboles se convierten en amigos entrañables de los humanos y otros animales. Entre ellos, el ligustro es el más amigable, porque también suele hermanarse con otros árboles, al parecer alegremente, y en una total armonía. Es una criatura amigable con todo el mundo, y por eso tiene todo mi respeto, además de mi cariño.

23 visualizaciones0 comentarios

Entradas recientes

Ver todo
LOGO TIPOGRAFICO TURBA.png
bottom of page