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  • Foto del escritorOsvaldo "Turco" Tangir

ABC. FRUSTRACIÓN, DEUDA, POSIBILIDAD


El Día de la Lealtad marca el nacimiento del peronismo como fuerza política nacional y profundamente popular. Vibra en algunos corazones aun por su doctrina humanista, cristiana, siempre en busca la felicidad de los argentinos y la grandeza nacional. Y en las nebulosas de ese desmesurado objetivo a cumplir, para el cual Perón va delineando su doctrina, ya a fines de los ´30, brilla una idea: alcanzar la integración sudamericana.


Es febrero de 1953, momento de la visita del presidente argentino a la República de Chile. El objetivo: entrevistarse con el recién asumido Carlos Ibáñez del Campo con el fin de trabajar juntos por la unidad continental, tema que, como buen profesor de Historia y Estrategia en el Colegio Militar, ya estaba dibujado en su mente antes de llegar al gobierno, al presentársele como la condición indispensable para liberarse de la injerencia extranjera.

Es promesa incumplida por los países del Cono Sur, deuda al legado de San Martín y Bolívar, pero también respuesta al asedio e intromisión de Estados Unidos, cuyos agentes, sumados a la contra brutal de oligarquía local, acostumbrada a defender sus privilegios en la justicia, enlodan la creciente estrella de Perón, mucho antes de la fecha que recordamos, como Día dela Lealtad.


Envalentonados por el triunfo en la contienda mundial finalizada en agosto del ’45, los yanquis intervienen en la guerra de Corea, se erigen en árbitros del mundo y beneficiarios de los desastres provocados por su ambición de dominio. Intimidan con su prepotencia militar, cuyo arsenal incluye bombas atómica (y ya nadie olvida lo acontecido en Hiroshima y Nagasaki). Crean guerras, para vender armas y hacer negocios con reconstruir lo destruido… Pintados para la guerra, el gen expansionista heredado de Inglaterra, flamea en la bandera de estrellas y barras: sienten llegada la hora de cumplir con Monroe y su cacareada doctrina, de la que ni siquiera es autor, el sujeto precitado.

“América para los americanos”, es el eslogan que la resume. Elaborado en 1823 por el ex presidente John Quincey Adams, se convierte en principio rector de la política exterior de Estados Unidos. Su objetivo: impedir la intervención de cualquier otra potencia en los asuntos internos de los países del hemisferio occidental. Una tarea considerada exclusivamente propia. Para desgracia de los americanos, hasta hoy.


Pero es momento de volver a aquel caliginoso febrero del ’53. Imaginemos las escenas provocadas por la presencia de Perón, quien viaja a Chile en tren.

Esa marcha a través del territorio lo regresa a la promesa hecha a Evita en su hora final: “luchar siempre por los pobres, los cabecitas, mis grasitas: esos que jamás te van a abandonar, Juan”.


La misión da idea de una recorrida triunfal durante una semana. El tren se detiene en cada estación, la multitud lugareña sale al encuentro del Presidente, él saluda desde las puertas del vagón presidencial, en mangas de camisa, mientras manos incontables de mujeres y hombres trabajadores, de viejos y chiquilinxs -con su mejor pantalón corto, o las trenzas recién hechas, con la cara y las rodillas lavadas para la ocasión-, se extienden y contorsionan hacia su figura.

Tocarlo es poner la mano en alguien cuasi milagroso, el único en escuchar el dolor y la carencia, cuando nadie, nunca lo había hecho. Tocarlo es impregnarse de quien les dio el derecho a la felicidad. Tocarlo es tocarse y tocar a la multitud a la que se pertenece. Porque parece uno más entre tantos. Pero en ese uno estamos todos, y en cada uno de nosotros, habita él. Un elegido del Destino para cumplir la gran misión de transformar la vida de millones de argentinos.

Luego, el tren avisa con tres silbidos. Está a punto de partir, la gente se agolpa, algunos corren al lado del vagón del Presidente, otros trepan al último vagón y se tiran antes de que la locomotora comience a acelerar

El proyecto que Perón lleva a Chile responde al nombre ABC –sigla que reconoce su antecedente en la idea del Barón de Río Branco, el gran cerebro de Itamaraty, quien promovió la unión de Chile, Brasil y Argentina, idea suscrita por Roque Sáenz Peña en 1910-, algo conocido hoy gracias a los trabajos de nuestro amigo, el profesor Pedro Godoy o los del investigador y periodista Hamilton Almeida.


Y claro, como no podía ser de otra manera, enteradas las potencias de semejante idea, comenzaron las intrigas diplomáticas y las presiones económicas y políticas. La oposición a la unidad americana, a la limitación de la potencia estadounidense, al fortalecimiento de la producción local y la substitución de tecnología, operó con rapidez y violencia. Los rastros de sangre sobre Casa Rosada, La Moneda y el palacio Cateté fueron efectivos, tanto que la unión sigue pendiente de concretarse.


La visita de Perón a Chile, y las relaciones con el país

Si bien es una estrategia para enfrentar la necesidad forzada por la coyuntura de la posguerra y la Guerra Fría, la unión con Chile es también parte de una concepción estratégica que Perón comienza a imaginar en la década del '30, cuando marcha a ese país como agregado militar de la embajada. Momento también en el cual se interesa por los detalles de la política del país hermano y hace sus primeros contactos políticos con vistas al futuro.

Queda dicho. Desde el comienzo de su primera presidencia, Perón insiste en la importancia estratégica del ABC. Dispuesto a conseguirla a toda costa, en 1946 firma con el presidente Gabriel González Videla un Pacto de Unión Aduanera al que el senador Larraín García Moreno, califica como: “el tratado de mayor importancia que jamás haya suscrito Chile”.


Este primer acercamiento se diluye en 1948, pero el incansable Juan Domingo, vuelve a la carga en 1952, cuando La Moneda es ocupada por Carlos Ibáñez del Campo. En su primer discurso trasandino, Perón quiere ganar y lo logra a medias, una confianza mellada por más de un siglo de enfrentamientos solapados. Les dice abiertamente a los chilenos que la Argentina está dispuesta a ofrecer su cooperación sin esperar nada a cambio. Tal es la importancia que da a la unidad. Pero no logra enardecer a sus escuchas.

También en el país trasandino, Perón tiene enemigos, algunos políticos y también los periódicos que responden a la oligarquía del cobre, y a los intereses británicos, juegan a su descrédito. Siembran desconfianza en el argentino, a fuerza de sospechas, apoyados en un patriotismo militante, y con el antecedente de su paso como agregado militar, una máscara para ocultar maliciosamente misiones de espionaje.


Al tiempo, Brasil se retira del proyecto, con un Getulio Vargas cercado por el poder interno ligado a Norteamérica y una cancillería que opera como un estado dentro de otro. Itamaraty derrota al “Padre de los Pobres”. El incumplimiento de la promesa hecha a Perón fue otro de los detonantes que jalaron el gatillo y acabaron con su revolución.


Perón no se da por derrotado y reforma su propuesta: empeñado en conformar un sur poderoso, como contrapeso a la potencia norteamericana, postula la formación de los Estados Unidos Andinoplatenses, o sea, la unión chileno-argentina como una potencia bioceánica. Tampoco lo consigue.

Las suspicacias de los “momios” (ricos y conservadores), la desconfianza sembrada por democristianos y socialistas, como el luego presidente Salvador Allende, consiguen darle a la propuesta un carácter negativo, intrusivo y demostrativo del ansia expansionista de Perón. También allí las fuerzas reaccionarias son poderosas y obedientes a la “sugerencia” imperial.


Poco después, la reacción oligárquico-imperialista pone manos a la obra, con la participación de Gran Bretaña y los Estados Unidos. Los tres países del ABC, desunidos, desbaratados los intentos de unidad, por los aprietes y las presiones financieras y comerciales, impulsan al suicidio al gran Getulio Vargas; un año y medio después, una coyunda antidemocrática y antiperonista formada por la Iglesia Católica, parte de las Fuerzas Armadas y comandos civiles subversivos -más la infaltable venia de los británicos- derroca a Perón, quien va al exilio; al mismo tiempo maniata a Ibáñez con una crisis económica hasta hacerlo dejar el poder. Es indudable el carácter suramericano del movimiento nacido el 17 de octubre de 1945, cuya doctrina justicialista y su creación: la tercera posición, ejercen gran influencia en otras naciones del continente. Gracias a acciones concretas de la Casa Rosada, como el apoyo a la revolución boliviana liderada por el Movimiento Nacionalista Revolucionario, de Paz Estenssoro, en 1952. También el reintegro al Paraguay de los vergonzantes trofeos de la “Guerra de la Triple Infamia” traídos por Mitre; o los intentos de ligar al APRA peruano con el Partido Justicialista.

Ideas como soberanía política, justicia social, independencia económica impulsan el surgimiento de peronistas suramericanos. Se los encuentra en sectores de las fuerzas armadas de Bolivia y Paraguay; en los cuadros sindicales, militares y obreros chilenos. El cuatro veces presidente del Ecuador, Velasco Ibarra, exhibe una franca adhesión al justicialismo. En Perú asoma en 1970 Juan Velazco Alvarado y su Plan Inca. También serán Torrijos, en Panamá, y el comandante Hugo Chávez Frías, en Venezuela, quienes reconocerán inspiración en su doctrina y el valor de su experiencia.


Esta es apenas una reseña de hechos que demuestran el peso político continental del movimiento que, al decir de Leopoldo Marechal “convirtió una masa numeral en un pueblo esencial”. E intentos, aunque frustrados, como el ABC, siguen marcando una senda posible y un afán de emulación en el resto de las repúblicas de Patria Grande. Argentina tiene aun una alta responsabilidad histórica: volver a ser motor de la unidad.


Definitiva, si es que el término aplica al hablar de devenir… Como enseñanza y remate de este capítulo inconcluso de la revolución de octubre del 45 (aún sin finalizar), queda un verdad: “Separados somos indefendibles. Pero unidos somos invencibles”. Palabras del Hombre del Destino, vivo aun en la muerte.



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